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POR VEZ PRIMERA, ASOMO A LA VERDAD… CON MENTIRAS

Guillermo Fabela Quiñones


Por más que uno quisiera ser optimista, con al fin de no dar paso a sentimientos depresivos, la realidad se interpone una y otra vez para ubicarnos en ella. El mundo está de cabeza por la terquedad de los magnates globales que no se sacian de obtener ganancias multimillonarias mientras crecen los riesgos de hambrunas y de mayores olas migratorias como consecuencia de la voracidad de quienes controlan el rumbo de la economía mundial; aquí en nuestro país, avanzamos ciegamente hacia el abismo presagiado por la descomposición de una gobernanza racional, fenómeno que se propuso cambiar quien ahora rige los destinos de los mexicanos y por lo que llegó al poder hace cuatro años.

En este lapso, las circunstancias de nuestro entorno van de mal en peor como lo demuestran flagelos de suma gravedad, en primer lugar, la extrema violencia, que se achaca al crimen organizado, aunque la causa profunda se ubique en un sistema económico y político cuya prioridad no es la solución de los problemas que alimentan la criminalidad y la corrupción, sino seguir apuntalando los privilegios de una minoría selecta que se beneficia con tal situación enfermiza. El fin de semana (14 y 16 de octubre) se tuvo un registro de 283 homicidios, cifra récord que ninguna estadística puede ocultar por más estratagemas demoscópicas que se utilicen.



LO CIERTO ES QUE NO HA COMENZADO EL CAMBIO PROMETIDO


Independientemente de las cifras y los “otros datos”, lo cierto es que la situación nacional no ha cambiado de modo que pueda decirse que “vamos bien”. El presidente López Obrador lamentó, en la mañanera del lunes que, a dos años de terminar su gobierno, “no se logrará sanar el daño que provocó el neoliberalismo en México durante décadas”. Sin embargo, dijo “estar confiado” en que la persona que lo suceda al frente del Ejecutivo continuará con el proyecto de transformación, “pues una vez iniciado es imposible detenerlo”. En esto tiene razón, no en cuanto se refiere al inicio del proceso que prometió llevar a cabo.

De hecho, aún no ha comenzado. Es válido decirlo porque en estos cuatro años nada se hizo en favor del cambio estructural que demandan los ciudadanos de a pie, sino que se reforzó el camino trazado por la tecnocracia neoliberal, para que por él puedan transitar sin los obstáculos que ellos mismos han estado creando. Ahora tiene menos problemas, la cúpula oligárquica, para seguir acumulando la riqueza que generan los bienes nacionales y la mano de obra barata. El pueblo confió en la palabra del presidente que alcanzaba por fin su meta de llegar al poder para hacer justicia, pero en estos cuatro años quedó comprobado que su objetivo no era el que prometió, el país no mejoró en ningún aspecto y la economía neoliberal se fortaleció con políticas públicas que generaron mayor seguridad en las élites, al estar bajo resguardo militar sus inversiones.



¿ACASO ESTAMOS HOY MEJOR QUE HACE CUATRO DÉCADAS?


Lo paradójico de esta realidad es que ahora hay mayor inseguridad en las calles, en el campo, en las ciudades que tienen la desgracia de ser espacios estratégicos para el trasiego de drogas, actividad cada vez más lucrativa por su mayor consumo en Estados Unidos y en nuestro territorio, situación que amplifica la prohibición de enervantes, no con una finalidad correctiva sino para encarecer la demanda. Por más que se quiera disfrazar tan dramática cotidianeidad, con datos porcentuales amañados, los hechos muestran la verdadera cara del monstruo que se ha creado por la impunidad imperante que al mismo tiempo fortalece la corrupción.

En los dos años que faltan para que finalice el sexenio no se vislumbra ninguna posibilidad de cambio progresista. Pero como dice la sabiduría popular, el mandatario “busca curarse en salud” diciendo que ya no tendrá tiempo para culminar las transformaciones prometidas, que fue tal el desastre legado por la tecnocracia que resulta imposible corregirlo en un sexenio. Esto lo sabía perfectamente no obstante, engañó al pueblo con falsas expectativas con tal de crear esperanzas que renovaran la confianza de las masas en un cambio necesario, urgente.



¿NO SE TENÍA IDEA DE LA GRAVEDAD DEL LEGADO RECIBIDO?


Como también tiene muy claro que los ciudadanos de a pie están despertando del sueño ilusorio que les generó, ahora su estrategia será puntualizar que no tenía idea de la gravedad del daño a la nación en las cuatro décadas que la tecnocracia, entregada a los mandatos del Consenso de Washington, deshizo el andamiaje construido en el sistema productivo desde los años treinta, el cual empezó a destruir la misma clase política surgida de la Revolución Mexicana, una vez que Estados Unidos recuperó su soberbia imperialista y se acordó de “su patio trasero”, con grandes recursos que debía seguir explotando con las nuevas tecnologías que propició la Segunda Guerra Mundial.

Ciertamente, el presidente López Obrador recibió una herencia terrible luego de cuatro décadas de saqueo irracional de las arcas públicas, de entrega de nuestros recursos estratégicos a grandes trasnacionales, del desmantelamiento total del aparato productivo en manos del Estado, de una creciente descomposición social que degeneró en violencia extrema por la connivencia corruptora entre la delincuencia organizada y los responsables de combatirla. Enrique Peña Nieto tenía el encargo de apuntalar el neoliberalismo con las reformas estructurales, pero era de tal magnitud la descomposición del régimen que fue necesario dejar pasar a quien podía controlar el descontento popular por su capacidad demagógica y carisma.



ASOMA UN DESPERTAR CIUDADANO SIN FALSAS ILUSIONES


Ante un fracaso inminente, el propio mandatario quiere hacer creer ahora a la población ingenua y desinformada que no será su culpa; él hizo más de lo humanamente posible por desenmarañar el caudal de daños que hicieron al país sus antecesores. Pero el problema no es ese, sino que necesariamente tendrá que salir a la luz la verdad de lo acontecido en este sexenio, que se quiso hacer pasar como el de la “Cuarta Transformación”, con una soberbia que cautivó al pueblo, sobre todo al más desfavorecido y proclive a dejarse engañar con políticas asistencialistas que no sólo no remedian la pobreza, sino que a mediano plazo se habrá de profundizar, como los hechos lo están corroborando.

También es verdad que no toda la culpa es del mandatario, sino del desgaste, por abusos crecientes, de los países imperialistas, que ha desembocado en una crisis generalizada del sistema capitalista, crisis que nos arrastra a todas las naciones periféricas. De ahí la causa de la guerra en Ucrania, desencadenada por Estados Unidos con el propósito de echar la culpa del fracaso del modelo neoliberal a un conflicto bélico que además les proporcionará ganancias estratosféricas que, según los especialistas, permitirán echar a caminar una economía que se fundamenta en la producción armamentista, con un efecto multiplicador muy eficaz.

En consecuencia, no hay margen para un mínimo optimismo, menos aún al ver la desorganización social en nuestro país. Aunque se asoma en el horizonte un despertar que puede desembocar en algo positivo si se conduce por el camino conveniente, sin dar margen a que se traduzca en provocaciones perversas sino a la concientización de los trabajadores, de los estudiantes, de los intelectuales con visión social, de los empresarios medianos y pequeños que creyeron en el actual mandatario y fueron engañados. No hay otra opción.


Twitter: @VivaVilla_23



Los artículos e ideas aquí plasmados, son responsabilidad de los autores y no corresponden necesariamente con el criterio editorial de ciencialibertad.org


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