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CASO PROTOTIPICO DE LA DESHUMANIZACIÓN EN MÉXICO

Actualizado: 12 jul 2022

Guillermo Fabela Quiñones


Como si estuviéramos en Misisipi o Alabama, en la etapa del racismo bestial que caracterizó a Estados Unidos hasta los años sesenta del siglo pasado, un adolescente de origen otomí, Juan Pablo Zambrano, de 13 años, fue rociado con alcohol para prenderle fuego por dos de sus compañeros de salón, en la telesecundaria número 6 Josefa Vergara. Sus victimarios gozan de impunidad mientras el afectado sufre en un hospital por la dolorosa atención a sus quemaduras de segundo y tercer grado. Desde febrero, sus padres sabían que Juanito era víctima de bulling y acudieron con la directora del plantel para que tomara las medidas pertinentes. No lo hizo.

Conforme a los hechos, en vez de actuar como era debido su maestra llevó al adolescente a una clínica en la que le hicieron una curación superficial, lo llevó a su casa y no comentó a sus padres la gravedad del hecho criminal, sino que la directora y la maestra de Juanito intentaron que su padre firmara un acuerdo con los progenitores de los dos agresores. Este se negó e interpuso una denuncia ante la Fiscalía de Querétaro, estado donde se llevó a cabo esta insania que refleja la intolerancia y bestialidad de un sector de la población imbuida por prejuicios clasistas y discriminatorios.


LAS MINORÍAS ÉTNICAS “NO SON NADIE PARA EXIGIR”


Cuando los padres de Juanito se presentaron a la Fiscalía para demandar justicia y se resarciera el daño ocasionado, la respuesta demostró por qué se actúa con absoluto desprecio a quienes se considera inferiores: “Ustedes no son nadie para exigir ni para decir lo que tenemos que hacer nosotros”. Cuando la magistrada presidente del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Querétaro, Mariela Ponce Villa, fue abordada por los medios, declaró que este caso ya fue judicializado por el delito de “lesiones dolosas”; anunció que el viernes 24 de junio iniciarían las audiencias. El grave atentado sucedió el 6 del mes pasado

En la audiencia inicial el juez determinó vincular a proceso a los dos agresores y someterlos a medidas cautelares de vigilancia, presentación periódica ante las autoridades, prohibición de salir de la entidad y no podrán acercarse a la víctima. Seguirán en libertad porque por su edad (13 años) no pueden ser ingresados al Centro de Internamiento y Ejecución de Medidas para Adolescentes. La magistrada Ponce Villa puntualizó: “Más que pensar en una sanción de tipo represivo, tendríamos que pensar en cómo apoyar a los adolescentes y ayudarles en ese proceso de formación y de desarrollo”.

El rostro de la impunidad se asoma detrás de tales declaraciones tan improcedentes, por decirlo de algún modo. Es obvio su interés primario en la situación de los agresores, no en la de quien sufrió más que simple bulling. No se trata de “pensar” sino de actuar conforme al imperativo de corregir de raíz un problema ancestral que se agudizó con el empoderamiento de una élite movida por afanes mercantilistas ajenos al devenir de los problemas sociales, los cuales se agravaron a extremos como lo patentiza este caso de racismo y total desdén al respeto del prójimo, sea cualesquiera su color de piel o su origen étnico.


SE ACTUÓ CON PLENA CONCIENCIA DE CAUSAR UN DAÑO SEVERO


Como señaló la madre de Juanito, la agresión sufrida por su hijo rebasó los límites del maltrato a un indefenso. Se actuó con plena conciencia de causar un daño severo, sin pensar en las consecuencias. Como no se les ponía freno, toda vez que desde meses atrás agredían al niño otomí, secundados por la complicidad (aunque fuera por omisión) de la maestra del grupo y de la directora de la escuela, continuaron su sevicia con más saña. Cabe imaginar lo que ocurrirá con ellos sin un castigo que los haga reflexionar sobre la dramática deshumanización que revela su agresividad. ¿Acaso no es ésta la característica principal de los sicarios de la delincuencia organizada?

Sin duda, el problema de fondo no es cómo ayudar a los adolescentes “en su proceso de formación y de desarrollo”, sino cómo enfrentar una realidad que desencadena hechos como éste, hasta desembocar en problemas de intolerancia que se quieren eliminar desconociendo su existencia. Lo que se ha materializado es una descomposición del tejido social que reclama acciones del Estado de modo riguroso, conforme al imperativo de generar condiciones de gobernabilidad que permitan resultados concretos en favor de la sociedad, y en particular “de los que menos tienen”, como se dice en lenguaje politiquero.


LA IMPUNIDAD NO SE VA A ERRADICAR NEGÁNDOLA


Las prácticas nefastas del Porfiriato no se han ido, se les trajo de vuelta con más firmeza a partir de los años ochenta del siglo pasado, una vez que se consolidó un proyecto de nación claramente al servicio de intereses minoritarios, el cual se mantiene porque los cambios estructurales no se hacen con discursos sino con políticas públicas que corrijan las causas de flagelos sociales como los que seguimos padeciendo en el país, al amparo de una impunidad que se quiere extirpar negándola.

Tal parece que los mexicanos estamos condenados a seguir estancados en el pasado, como temerosos de rasgar las vestiduras de un futuro que no se vislumbra promisorio, como nos lo deja ver un presente cargado de amenazas por todos lados. Esta dantesca situación persistirá mientras no haya voluntad política para acabar con la impunidad, aunque ello signifique “pérdida de confianza” entre los beneficiarios del sistema. Más serán los daños al tejido social en la medida que no se corrija desde sus raíces este flagelo. El triste caso del adolescente otomí seguirá reproduciéndose exponencialmente, mientras no se ponga fin a los contubernios entre los tres poderes.

Como lo dijo Octavio Paz, en un ensayo escrito en 1968: “Ahora, en el momento de su victoria, destruidas o petrificadas todas las otras civilizaciones, Occidente se descubre en las persecuciones raciales, el imperialismo, la guerra y el totalitarismo”. Más de medio siglo después, tales palabras siguen vigentes, con mayor dramatismo incluso por el triunfo del neoliberalismo como el modelo dominante luego de la caída de la Unión Soviética y el gigante chino aún dormido hasta hace cinco lustros.


Twitter: @VivaVilla_23



Los artículos e ideas aquí plasmados, son responsabilidad de los autores y no corresponden necesariamente con el criterio editorial de ciencialibertad.org


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