Libertad Diario
CAMBIOS PROGRESISTAS, QUÉ MÁS QUISIÉRAMOS
Guillermo Fabela Quiñones

APUNTES…
La experiencia histórica ha demostrado que un optimismo sin fundamento conlleva a resultados funestos, pensar en ello viene al caso por el dicho del presidente López Obrador de que un gobernante no puede ser pesimista. Confunde esta categoría con el realismo objetivo, que a través de los siglos ha sido el punto de partida del progreso civilizatorio. Bajo ninguna circunstancia acepta que México no avanza, no por la pandemia sino por un hecho incuestionable: sus políticas públicas no han cambiado nada sustantivo del régimen neoliberal.
Al rechazar los indicadores que revelan el riesgo de recesión de no generarse un mínimo crecimiento, sostuvo que “el avance de un país no debe verse con indicador tecnocrático, sino con los resultados en desarrollo –educación, salud y bienestar- y de la manera en que se combate la inequidad”. En efecto, así debe ser, lo cual demuestra el imperativo de poner en práctica una estrategia que promueva resultados en esas tres materias indicativas del nivel de desarrollo de una sociedad.
CONTINUA VIGENTE EL GRAVISIMO DEFICIT SOCIAL

Otra sería la situación actual si desde el inicio del sexenio, en vez de medidas de austeridad “republicana”, hubiera atendido prioritariamente el gravísimo déficit social que dejaron cuatro décadas de neoliberalismo. Pero eso no reportaba popularidad ni tampoco mantener buenas relaciones con la cúpula oligárquica y el sector financiero trasnacional. Con el importantísimo capital político con el que llegó a la Presidencia, era crucial llevar a cabo pasos idóneos para que el gobierno se convirtiera en factor decisorio de nuevas reglas en la estructura del poder económico y político.
Qué más quisiéramos muchos que al final del sexenio el régimen de la Cuarta Transformación se lograran las metas de crecimiento real y desarrollo social prometidas. Lamentablemente esto es impensable, no porque no haya condiciones para dar un vuelco favorable al pueblo, sino porque no existen ni visión estratégica ni voluntad política para impulsar políticas públicas que combatan las causas estructurales de la desigualdad, el principal problema de México que el neoliberalismo agravó a extremos monstruosos.
Como bien señala Thomas Piketty: “Lo que amenaza al mundo hoy en día no es la guerra comercial: es una guerra social, librada a grandes golpes de dumping fiscal en beneficio de los más ricos y con mayor movilidad social”. El presidente López Obrador se dejó llevar por esta regla neoliberal, no hizo lo que se esperaba para el inicio del sexenio: una reforma fiscal redistributiva que seguramente se aprobaría en el Congreso. A cambio, impuso cobros de impuestos negociados con los barones del dinero, quienes sólo muy pocos vieron en su justa dimensión y aun hoy algunos siguen remolones en no pagar. ¡Cuando se les está haciendo un enorme favor!
SUBSIDIOS, PARA “APALANCAR” INVERSIONES PRIVADAS

En su voracidad, la cúpula empresarial continúa exigiendo privilegios insostenibles, como lo demostró en días pasados Carlos Salazar Lomelín, al participar en el foro de parlamento abierto sobre la reforma eléctrica. Ante el reclamo de que los inversionistas privados “se han financiado de recursos de los contribuyentes y trabajadores mexicanos a través de las Afores, fondos de la banca de desarrollo y créditos de bancos comerciales”, como afirmó Miguel Santiago Reyes, director general de CFEnergía, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial reviró: “Quisiera saber quién en el país no aprovecha el sistema financiero para apalancar sus inversiones. Para eso están los mercados”.
Han transcurrido ya más de tres años del régimen del cambio y las prácticas del pasado siguen vigentes. Los subsidios a generadores privados de energía eléctrica ascienden a 490 mil millones de pesos, con el agravante de que cuatro corporaciones, incluida Iberdrola, concentran 40 por ciento de la generación. En dramático contraste, más de 60 por ciento de la población del país recibe 400 mil millones de pesos en raquíticos apoyos que se traga la escalada inflacionaria, mecanismo asistencialista cuyos fines son políticos, de cooptación e inmovilización de las clases mayoritarias. ¿No fue Carlos Salinas quien bautizó a su gobierno como “liberalismo social”?
Twitter: @VivaVilla_23

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